Tomado de Internet: Jesús es Cercano. ¡Nuevo!
¿Puede verla? ¿Ve su mano? Retorcida. Delgada. Enferma. Uñas ennegrecidas por la suciedad y piel manchada. Mira cuidadosamente entre las rodillas y los pies de la multitud. Las personas corren detrás de Jesús. Él camina. Ella se arrastra. La gente la golpea, pero ella no se detiene. Otros se le quejan. A ella no le importa. Está desesperada. La sangre no se mantiene en su cuerpo. «Había entre la gente una mujer que hacía doce años padecía de hemorragias» (Mr.5:25).
Por consiguiente, la mujer no tiene nada. Sin dinero. Sin hogar. Sin salud. Sueños arruinados. Fe por los suelos. Despreciada en la sinagoga. Marginada en su comunidad. Había sufrido durante doce años. Está desesperada. Y su desesperación da a luz una idea.
«Oyó hablar de Jesús» (v.27). Toda sociedad tiene un pajarito me lo contó, incluso, o especialmente, la de los enfermos. Corrió la voz entre leprosos y abandonados: Jesús puede sanar. Y Jesús viene. Por invitación del principal de la sinagoga, viene a Capernaúm.
Cuando la multitud se acerca, la mujer piensa: «Si logro tocar siquiera su ropa, quedaré sana» (v.28). En el momento adecuado corretea como cangrejo en medio de la turba. Las rodillas le golpean las costillas. Alguien grita: «¡Fuera del camino!» Ella no hace caso ni se detiene.
Toca el manto de Jesús y «Al instante cesó su hemorragia, y se dio cuenta de que su cuerpo había quedado libre de esa aflicción» (v.29). La vida entra rauda. Las pálidas mejillas se tornan rosadas. La respiración superficial se vuelve profunda.
La enfermedad se llevó la fortaleza de la mujer. ¿Qué le quita la fortaleza a usted? ¿Pérdidas en los negocios? ¿Demasiada bebida? ¿Noches enteras en otros brazos? ¿Tediosos días en un trabajo que no nos gusta? ¿Un embarazo demasiado pronto? ¿Muy a menudo? ¿Es esa mano la suya? De ser así, anímese. Cristo quiere tocarla. Cuando usted extiende la mano en medio de las multitudes, Él lo sabe.
Suya es la mano que a Él le gusta tomar.
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